A los pocos días del inicio del ciclo lectivo, la suspensión de las clases presenciales nos lanzaría a un mundo desconocido para el que no teníamos hoja de ruta y para el que debíamos inventar nuevos saberes.
Primero, ¿cómo planificar clases en la virtualidad? Rápidamente nos dimos cuenta que no alcanzaba con replicar lo mismo que hacíamos en las aulas, ahora desde una plataforma digital. En esas primeras semanas descubrimos que nuestras clases serían (y debían ser) bien diferentes de las que veníamos preparando anteriormente. Y, en paralelo, ¿cómo usar las herramientas tecnológicas necesarias para llegar a nuestras y nuestros estudiantes? Aprendimos a pasos agigantados, con un gran trabajo colaborativo, entre los propios docentes: primero fue el uso del Classroom, más tarde llegaría el tiempo del Zoom y luego otras herramientas tecnológicas (como pizarras, editores de audio, editores de video) para posibilitar la tarea de enseñar y de aprender en este modalidad  inédita.
En este proceso también descubrimos que muchos de nuestros alumnos, “nativos digitales”, no se manejaban demasiado bien con el e-mail, con las plataformas, con las presentaciones, por lo que también hubo que dedicar parte de nuestro tiempo a compartir con ellos nuestros, en algunos casos, incipientes saberes. Por otro lado, supimos que algunos chicos no tenían una PC a su disposición todo el día y los problemas de conectividad se convirtieron en un factor condicionante para el trabajo de todos.

El nuevo escenario mostró también la necesidad y la importancia del protagonismo de cada estudiante y, en los cursos superiores, vimos los frutos de nuestro trabajo en pos de formar estudiantes autónomos. Fue ardua la tarea de instalar hábitos escolares en los más chicos, que apenas habían ido a la escuela presencial en cinco días, pero fue interesante ver cómo los mayores ya llevaban en sus “mochilas” hábitos, habilidades y saberes que nos permitieron reconstruir más fácilmente el vínculo pedagógico.

Pasadas las primeras semanas, cuando se hizo evidente que el aislamiento iba a extenderse más allá de nuestro período de diagnóstico, tuvimos que empezar a pensar en los contenidos curriculares y en cómo desarrollarlos: ¿qué vamos a enseñar? ¿Cómo van a aprender nuestros alumnos y alumnas? Para ese momento ya circulaban muchos textos críticos ante esa especie de alud pedagógico que muchas escuelas generaron y que abrumaron a chicos y familias.
Para nosotros, era cuestión de detenerse y de buscar el equilibrio. En ese sentido, nos pareció vital la selección de contenidos: pocos, los más relevantes, aquellos que “nos mueven” a nosotros y a los estudiantes. Menos tareas pero más significativas. Y, en lugar de pasar de un contenido a otro, trabajar en la profundización y complejización de los mismos y secuenciarlos de tal manera que fueran resignificando los anteriores a medida que avanzábamos.
¡Estos tiempos también traían nuevas posibilidades!
Pero la tarea no fue fácil, ya que, muchas veces, nos movíamos a ciegas: ¿cómo saber si los chicos hacían solos las tareas o si contaban con ayuda? ¿Lo que les proponíamos era mucho o poco? ¿Era muy fácil o muy difícil sin la presencia del docente para orientarlos? Qué es mucho o poco, qué es fácil o difícil puede ser algo distinto para cada chico o chica. Una encuesta a las familias nos mostró que la mayoría estaban trabajando solos: el 33% de “nunca” pedía ayuda y un 60% solo consultaba a alguien de su familia “a veces”. Tuvimos que pensar, entonces, estrategias adecuadas a esta situación: tareas más pautadas, con consignas más claras, más precisas, ir avanzando de a poco.
Todos estos elementos nos demandaron mucha reflexión al interior de cada área, respecto de los contenidos a trabajar y de las estrategias para abordarlos. ¿Cómo enseñar matemática en la virtualidad? ¿Cómo “hacer ciencia” en casa? ¿De qué maneras abordar el arte en el ámbito privado? ¿Cómo lograr la construcción de conceptos y de procesos sociales a través de nuestras propuestas de Classroom o de los momentos de videoconferencias? ¿De qué debía y podía tratarse la Educación Física a través de una pantalla?
Mientras tanto, desde el Equipo Directivo, íbamos participando de toda charla, conferencia, taller o conversatorio a cargo de especialistas en educación que nos iban ofreciendo: Anijovich, Terigi, Harf, Gervasio, Brener, Tonucci, Dussel. Escuchamos atentamente a cada uno y a cada una. Y entendimos que íbamos por el buen camino.
Un camino que fuimos diseñando y transitando todos juntos a partir de la reflexión sobre nuestras prácticas y los para qué de la escuela. En mayo, la primera EMI de la cuarentena fue pura ebullición y pronto surgió la necesidad de realizar el seguimiento y la evaluación a distancia del proceso de cada estudiante: ¿cómo reponer los espacios de socialización y construcción colectiva de saberes y vínculos? ¿Qué y cómo evaluar en este contexto? ¿Para qué y para quién?

En nuestro modo de pensar la evaluación (con pandemia o sin ella) esta consiste en valorar el proceso de aprendizaje que va desarrollando cada estudiante, su compromiso, su esfuerzo y sus progresos. Nos parece obvio que el resultado del aprendizaje no son las notas sino la apropiación por parte de los chicos y las chicas de herramientas conceptuales, de valores y de habilidades que les permitan desarrollar sus proyectos de vida. No nos preocupaba no poder “tomar pruebas” o no poder “poner notas”, sino cómo ir acompañando y registrando la trayectoria de cada uno y cada una.

Año de enormes desafíos, de reconocimiento y de despliegue de los potenciales de todos, de encuentros con las tecnologías, de revalorización de la “presencia” del otro como clave del proceso de enseñar-aprender. De repensar la tarea docente que, a partir de esta urgencia-emergencia, reconoció las bonanzas de plataformas y comunicaciones online y, al mismo tiempo, reafirmó que este modo de encuentro con los otros no es suficiente, que nada reemplaza a la escuela presencial, al aula, al patio ni al recreo. Pensar y seguir pensando. Evaluar(nos) y ajustar el rumbo. Como navegantes de un tiempo desconocido, y sujetos a las idas y venidas de la normativa oficial, seguimos transitando este raro camino con la certeza de que la mochila de cada uno (tanto de docentes como estudiantes) termina el año con nuevos saberes y nuevas habilidades que llegaron para quedarse.

Búhos en pandemia

Modos de hacer ciencia en la virtualidad