El jueves 19 de marzo, al salir de la escuela, nos despedimos diciendo: “Hasta mañana”. Sin embargo, ese día todavía no llegó.
El viernes 20 se iniciaba el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio y, desde ese día, aún no pudimos volver a la escuela (mejor dicho: al edificio). En ese primer momento, pensábamos, con esperanza, que el aislamiento duraría apenas unas semanas. Pero aquello fue el comienzo de otro año, de otra vida y de un desafío impensado: el de hacer escuela a la distancia. Tuvimos que empezar a construir nuestra escuela desde las pantallas, sin el encuentro de los cuerpos en el aula, sin las miradas intercambiadas ocasionalmente en el SUM durante el recreo, sin los cruces por los pasillos que dan pie a un intercambio espontáneo.
A veces son encuentros y a veces desencuentros que nos preparan para vivir con otros, enfrentándonos a los conflictos y a la tensión inevitables que la convivencia genera. Convivencia que, al mismo tiempo, permite crecer y enriquece nuestro desarrollo.

Separados espacialmente, el desafío fue lograr estar juntos, armar lazos: reforzándolos en los cursos que ya tenían historia en la escuela; y generando identidad y sentimiento de pertenencia en los primeros años, que apenas compartieron espacios escolares y profesores por una semana.

Necesitábamos crear estrategias que permitieran tejer la escuela-red para contenernos y asegurarnos de que nadie se perdiera, de que nadie abandonara la escolaridad en su sentido más pleno y fuerte. Tuvimos que rediseñarla y sostenerla viva.
En este complejo escenario, los espacios de Tutoría y Asistencia pedagógica cumplieron un rol fundamental de articulación entre todos los actores escolares, gestionando canales de información relevantes y accesibles y generando estrategias de acompañamiento para cada estudiante.  Más que nunca, se hizo evidente que la escuela no se ocupa simplemente de contenidos temáticos; el trabajo de los tutores y asistentes da cuenta de ello. En el día a día, se crearon espacios para compartir las situaciones personales, las vivencias, las preocupaciones, los temores, las posibilidades y las imposibilidades de cada uno, las incertidumbres generadas por este formato virtual y “a distancia”, para poder sentirnos menos solos. Específicamente, se llevaron adelante distintas estrategias: recreos virtuales; juntadas a través de Zoom para ver series o películas; desayunos compartidos; juegos de tutti fruti. Diversas propuestas, pero con un mismo objetivo: estar juntos y conectados. El entorno provocó cambios: nuestros hogares se transformaron en aulas hogareñas y cada una de ellas formó parte de nuestro día a día. Por eso, las describimos compartiéndolas a través de imágenes, para contar de qué estaban compuestas y sentimos que esto generaba acercamiento.


La virtualidad que sustrae los cuerpos y las paredes que nos contienen en la obligación de permanecer juntos en el aula colocó a los estudiantes en una situación nueva que requería de ellos un mayor nivel de autonomía en la gestión de lo escolar. La nueva escolaridad los interpeló con fuerza: ¿cómo ser estudiante en este contexto? ¿Qué compromisos se deben asumir?
Se hizo evidente, también, que cada uno es protagonista de su propio proceso de formación y crecimiento. Ahora, en la soledad de las aulas personales y con la posibilidad de “ir o no ir a la escuela” con un simple on/off en la computadora, los alumnos tuvieron que asumir una mayor responsabilidad en el sostenimiento de su escolaridad y, nosotros, reconocer un límite a nuestras intervenciones.
De sentir que, en el comienzo de este nuevo tiempo, la tutoría era un espacio de recepción de información con una alta demanda, a veces desbordante, llegamos hasta hoy con nuevas sensaciones y satisfacciones. No nos desanimamos y le buscamos la vuelta para cumplir con el rol. Hoy, en perspectiva y luego de mucho trabajo, vemos un espacio que está presente en esta nueva dinámica, logrando acomodarse a la virtualidad escolar y cumpliendo esa función de puente que lo caracteriza. Todas las estrategias las llevamos adelante con una constante preocupación por no “olvidarnos” de nadie, en un contexto profesional-personal que también cambió. Tuvimos que recrear nuestra tarea docente -con la cual tenemos un profundo compromiso ético- sumergidos en nuestras tareas domésticas y de cuidado de nuestras propias familias. Estamos sosteniendo la creación de un espacio virtual conjunto, desde un espacio real personal de coexistencias, que demanda nuestra presencia concreta de forma igualmente intensa.
¡Estamos contentos con los logros y orgullosos de formar parte de un espacio en el que se evidencia a cada paso que HAY EQUIPO!